Así lo pienso, así lo veo… De la igualdad de géneros

Es un hecho innegable que durante siglos, la humanidad ha estado atrapada en una visión distorsionada y limitada de lo que significa ser hombre o mujer. Tradicionalmente, se nos ha enseñado a pensar que el género determina capacidades, roles y hasta el destino de una persona, cuando en realidad esta concepción no tiene fundamentos sólidos. Aunque es cierto que hay diferencias biológicas entre hombres y mujeres, estas no deberían traducirse en una valoración desigual de sus capacidades, derechos o responsabilidades.

Por ejemplo, las mujeres han sido siempre las encargadas de llevar en su vientre lo más preciado que existe en este mundo: la vida. Durante nueve meses, una mujer nutre, protege y da forma a un ser humano en su interior. Este proceso es, sin lugar a dudas, una de las responsabilidades más grandes y complejas que existen. Sin embargo, esta capacidad biológica no debería ser vista como una excusa para limitar a las mujeres a ese rol exclusivo o para subestimar su capacidad en otras áreas. Del mismo modo, no se debería considerar a los hombres como inferiores o superiores en ciertos aspectos, ya que el valor de una persona no puede medirse únicamente por su biología.

Es aquí donde debemos romper las barreras mentales que nos limitan y nos impiden ver más allá de los estereotipos. Las capacidades cognitivas, el coeficiente intelectual, las habilidades y los talentos no están determinados por el género de la persona que los posee. La historia y la ciencia han demostrado una y otra vez que tanto hombres como mujeres son capaces de alcanzar grandes logros en cualquier área del conocimiento o en cualquier profesión. Entonces, ¿por qué aún existen tantas limitaciones y desigualdades basadas en el género?

A lo largo de la historia, en algún punto se desvirtuó esta idea de igualdad. La sociedad, influenciada por múltiples factores, entre ellos la religión, empezó a trazar líneas divisorias entre lo que se consideraba apropiado para hombres y para mujeres. Estas ideas, que favorecían a un género sobre el otro, se arraigaron profundamente en la cultura y el comportamiento humano, y el impacto fue devastador para la igualdad de género. La religión, en muchos casos, jugó un papel crucial en la perpetuación de estas desigualdades, promoviendo la idea de que las mujeres eran inferiores o más débiles y que los hombres debían tener el control.

Si retrocedemos en la hisoria, podemos encontrar civilizaciones dondela igualdad de géneros estaba mucho más avanzada que en las sociedades posteriores. En muchos sentidos, estas civilizaciones anteriores nos superan en términos de equidad y respeto hacia ambos géneros. En algunos aspectos, como el tecnológico o el económico, es cierto que la sociedad actual ha avanzado enormemente. Pero cuando miramos el progreso desde una perspectiva individual, en cuanto al trato y valoración de cada persona por su capacidad y no por su género, nos damos cuenta de que aún nos falta mucho por lograr.

No me baso en la idea de que un género está «hecho» para una cosa y el otro para otra. Más bien, ambos tienen la capacidad de hacer lo que se propongan. Si tomamos ejemplos de individuos de ambos géneros, veremos que en cada uno existen personas con habilidades únicas que no pueden encasillarse en estereotipos. ¿Quién nos metió en la cabeza la burda idea de que un género es superior al otro? Esta noción errónea no solo nos ha frenado como sociedad, sino que también ha retrasado nuestra evolución como equipo, como humanidad. Si hombres y mujeres trabajaran juntos, sin prejuicios ni barreras, los logros que podríamos alcanzar serían inimaginables.

¿Cómo se puede medir el valor de una persona en función de su género? ¿Por qué durante tanto tiempo el salario de una persona dependió de si era hombre o mujer? ¿Por qué el acceso a la educación o a la posibilidad de conducir un vehículo también estaba condicionado por el género? Afortunadamente, en muchos países hemos logrado superar estas barreras, pero aún existen lugares donde estas desigualdades persisten. Es triste pensar que hemos tenido que atravesar por siglos de lucha para llegar a este punto. Mujeres valientes tuvieron que dar sus vidas para lograr derechos que hoy consideramos básicos, como el derecho a votar, a trabajar y a ser tratadas con dignidad. Ellas fueron marginadas, no por falta de capacidad, sino simplemente por el hecho de ser mujeres.

El sistema capitalista en el que vivimos también ha tenido su papel en la perpetuación de estas desigualdades. Durante mucho tiempo, las mujeres no fueron vistas como participantes activas en la economía; tuvieron que envalentonarse y luchar para ser aceptadas en el mundo laboral y financiero. Es irónico que en una sociedad que valora tanto la productividad y el éxito económico, se haya tardado tanto en aceptar a las mujeres como iguales en estos aspectos.

Nos ha tomado demasiado tiempo romper los paradigmas que nunca debieron existir. Como sociedad, hemos sido lentos en entender que las divisiones de género solo nos debilitan. No hay razón para que un hombre gane más que una mujer por hacer el mismo trabajo. No hay razón para que una mujer tenga que luchar por estudiar o por dirigir una empresa. Estos derechos deberían haber sido siempre universales.

La igualdad de género no es solo un ideal al que aspirar; es una necesidad urgente para el progreso de la humanidad. Las diferencias entre hombres y mujeres no deberían ser vistas como obstáculos, sino como fortalezas complementarias que nos permitan avanzar juntos hacia un futuro más justo y equitativo.

En resumen, debemos dejar atrás las viejas ideas que nos limitan y nos dividen. Solo cuando comprendamos que hombres y mujeres somos iguales en valor y capacidad, podremos avanzar como una sociedad verdaderamente evolucionada.

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